“Podría afirmar que radical es una palabra que describe y define mi trabajo visual. Mis obras son radicales, porque se mueven en los límites y los traspasan”. Con esta declaración, Janet Toro da el tono de “Intimidad radical. Desbordamientos y gestos”, exposición que actualmente se expone en el Museo Nacional de Bellas Artes y que revisa la trayectoria de la artista chilena entre los años 1985 y 2025. Sin buscarlo, también anticipa la controversia que desató una de las piezas: “La bandera en los tiempos de la indignación”.
La obra corresponde a una instalación compuesta por versiones intervenidas de la bandera chilena, la cual aparece pintada o con su estrella desprendida, en alusión a la Revuelta Social de 2019. Pero lo que para Toro es un gesto artístico-simbólico, para algunos representantes del Partido Republicano fue considerado un ultraje. En específico, el diputado Cristián Araya denunció la obra como una ofensa al símbolo patrio y ofició a la ministra de las Culturas, poniendo en duda la legitimidad del uso de recursos públicos en dicha exposición.
El debate sobre la libertad de expresión de los artistas, la censura y la elasticidad de los símbolos patrios es extenso, pero lo cierto es que, detrás de esta polémica se cruzan al menos tres universos en tensión: la bandera, el museo y la artista.
La bandera. Según cita el Diputado Republicano, “el artículo 6 letra b) de la Ley de Seguridad del Estado (Ley 12.927), sanciona a quien ultraje públicamente los emblemas nacionales”. Pero ¿qué significa ultrajar un símbolo cuya presencia es ubicua y múltiple? La bandera de Chile cuelga en fondas, flamea en protestas y se imprime en los bikinis de las misses. También ha sido utilizada, resignificada y tensionada por artistas como José Balmes, Félix Maruenda, y colectivos como Las Yeguas del Apocalipsis con su performance “A media asta”, donde Lemebel y Casas crearon una bandera de Chile con sus propios cuerpos. En ese marco, lo que Janet Toro hace no es nuevo: es parte de una genealogía que reconoce la bandera como un campo de disputa simbólica, no como un ícono intocable.
El museo. Tampoco hay neutralidad posible en el museo. Desde sus orígenes, fue concebido como una herramienta de educación moral, de formación del “buen gusto” y de construcción del relato nacional. Como señalan los estudios museológicos, su vocación ha oscilado entre la instrucción pública, el resguardo patrimonial y la validación del canon artístico. Lo sigue haciendo. Pero también ha tenido que cuestionarse desde dentro, por la siempre patente demanda por mayor representación. La exhibición de Toro es parte de este esfuerzo y coexiste hoy en el MNBA con una muestra de Raymond Monvoisin, figura emblemática de la tradición académica y del canon decimonónico. Esa convivencia puede ser leída también como un manifiesto institucional: ampliar el canon, brindar más lugar a la obra de mujeres creadoras y hacer del museo un espacio más poroso y vivo.
La artista. Janet Toro ha construido una trayectoria a lo largo de cuatro décadas, marcada por el uso del cuerpo como soporte expresivo y político. Desde sus primeras acciones en los años 80, en plena dictadura, su obra se ha articulado como una respuesta frente a las diversas formas de violencia: política, institucional y patriarcal. Una de sus performances más recordadas fue “Este es mi cuerpo” (2017), cuando se colgó del frontis del Museo de Arte Contemporáneo como un cuerpo suspendido en el espacio público, cuestionando el poder que representan las grandes instituciones. Por otro lado, el rol del artista en la sociedad ha sido motivo de discusión permanente a lo largo de la historia. ¿Su obra debe reflejar la belleza o evidenciar la fractura? Toro ha optado por habitar esas preguntas sin neutralidad, apostando por un arte que participa de lo social y no rehúye de la tensión.
Por eso, en vez de escandalizarnos, deberíamos valorar que su obra nos convoque a pensar. El arte contemporáneo no existe para reforzar verdades oficiales, sino para cuestionar, reflexionar y —a veces— provocar. Y es en ese intersticio donde el museo, como institución pública, puede ser un espacio en donde se discute el presente y donde la radicalidad no se castiga, se exhibe.