Cuando el Presidente Gabriel Boric cerró los anuncios del sector en su última Cuenta Pública diciendo que “la cultura es un trabajo”, condensó en pocas palabras la tensión que persiste entre los grandes anuncios simbólicos y los vacíos estructurales que arrastra el sector cultural.
El discurso incluyó menciones al proyecto para renombrar la Región de Coquimbo en homenaje a Gabriela Mistral, la incorporación de una nueva fecha al Día de los Patrimonios y el aumento histórico del presupuesto del ministerio, entre otros avances que, aunque son positivos, siguen sin abordar el problema de fondo: la precariedad laboral de quienes hacen posible la cultura en Chile.
¿Qué no se dijo en la cuenta pública? Lo que los datos de seguimiento programático entregados por el Observatorio de Políticas Culturales (OPC) muestran, es que solo un 39% de las medidas culturales del programa de gobierno están implementadas, mientras que un 33% están en proceso y un 28% siguen sin mostrar avances. Quedaron fuera del discurso presidencial temas clave como, por ejemplo, el esperado nuevo sistema de financiamiento cultural, el estatuto del trabajador cultural y el anteproyecto de ley de Fomento a las Artes de la Visualidad. Todas, iniciativas que aún no ingresan al Congreso.
Volviendo a la afirmación “la cultura es un trabajo”, vale la pena detenernos. Porque si lo es, entonces es urgente que el Estado actúe en consecuencia. En Chile, la precariedad del trabajo cultural no es una novedad, pero tampoco ha sido corregida. Según el último Boletín de Informalidad Laboral del INE, en Chile el 27% de las personas trabaja de forma informal, sin seguridad social. En el caso del sector cultural esto se agrava.
Informes recientes como el “Estudio Socio Laboral de Artistas Audiovisuales” presentado por Chileactores, revelan que el 68% de los artistas no alcanza a cubrir sus necesidades básicas con lo que gana por su trabajo artístico. Solo un 4% tiene contrato indefinido y la mayoría trabaja más de 60 horas a la semana. Es decir, en un sector donde se exige creatividad y disponibilidad total, el retorno económico no solo es insuficiente, sino que resulta insostenible.
En el ensayo “La cultura es algo ordinario” (1958), Raymond Williams sostuvo que “las artes forman parte de una organización social a la que el cambio económico afecta de forma clara y radical”. En esta línea, lo que afecta a sus trabajadores afecta a la cultura nacional en su totalidad.
Porque no basta con el entusiasmo —como bien advierte Remedios Zafra en su ensayo homónimo— cuando ese entusiasmo se sostiene en la pobreza. “La libertad mengua cuando no hay dinero y sí expectativa”, escribe, recordándonos que cuando no se puede vivir de la creación, esta se posterga, se diluye y se relega a los márgenes de una vida que se vuelve sobrevivencia.