“Atención, por favor. Les recordamos que apaguen sus teléfonos celulares para no interrumpir la función”. En el cine y en el teatro, nadie discute esta regla. Nos resulta obvio y se entiende como una medida necesaria para disfrutar del espectáculo. Pero, ¿y en un concierto?
El 25 de marzo Tool se encontrará por primera vez con el público chileno. Si bien la banda de metal progresivo hará su debut en el festival Lollapalooza, su esperado show en solitario tiene una regla peculiar: está prohibido el uso de celulares. Esta no es una decisión inédita. Tool tiene una política bastante estricta de no usar teléfonos en sus conciertos y estas reglas se aplican con rigor, ya que el personal del evento está equipado con linternas para apuntar con luces cegadoras a las personas que sean atrapadas tratando de grabar o tomar fotos. Incluso, los infractores pueden ser expulsados sin derecho a devolución.
«Los celulares son como pipas de crack y si no puedes guardarlo en el bolsillo durante un par de horas para disfrutar de verdad de la música, tienes un problema y deberías buscar ayuda profesional», es la dura justificación por parte del cantante de Tool, Maynard James Keenan para esta regla, que se suma a las declaraciones de la banda, quienes sostienen que «parte de la conexión entre el artista y el fan se pierde cuando hay de por medio una pantalla».
Bob Dylan, Arctic Monkeys, Ghost y Placebo también han prohibido el uso de estos aparatos en sus conciertos. Y entre las reacciones del público están quienes creen que esta medida atenta contra las libertades personales y sus derechos a la hora de comprar una entrada; pero también hay personas que lo agradecen y que consideran muy liberador y placentero simplemente disfrutar del espectáculo.
Ahora bien, algo curioso ocurre con las prohibiciones, y es que muchas veces, generan el deseo de transgredirlas. Cuando sentimos que nuestra libertad está siendo restringida, reaccionamos con rebeldía, un mecanismo psicológico conocido como “reactancia”. Así, lo prohibido suele volverse más atractivo, especialmente en contextos donde simboliza un desafío. Por este motivo algunos fanáticos insisten en grabar en los conciertos de Tool, hasta el punto en que incluso la banda ha interrumpido el espectáculo para exigir que se detengan.
Los celulares y los espectáculos en vivo no necesariamente son enemigos. “Celulares, celulares, de lado a lado» de Daddy Yankee dio la vuelta al mundo con esta original forma de iluminar estadios completos durante sus shows. Y no solo la música urbana es cercana a este lenguaje, en la música clásica, el compositor chino-estadounidense Huang Ruo llevó esta integración un paso más allá con su sinfonía «City of Floating Sounds», diseñada para ser interpretada con mil teléfonos móviles en simultáneo. En su estreno, el público descargó una app que sincronizaba los sonidos de cada dispositivo, transformando la hiperconectividad en una experiencia orquestada.
Lo mismo ocurre en museos y teatros, donde se intenta cada vez más incorporar las tecnologías para enriquecer la experiencia. Algunos museos han invertido en recorridos virtuales y modelos 3D de sus colecciones, permitiendo que el celular se convierta en una herramienta de descubrimiento y no una distracción. En el teatro, también hay incursiones donde se usan los teléfonos para acciones interactivas o efectos lumínicos con las pantallas.
Prohibir los celulares en los conciertos no parece ser el camino definitivo, pero sí abre la puerta a una reflexión más profunda. La tecnología, bien utilizada, puede enriquecer la experiencia artística en lugar de empobrecerla. La clave está en nutrir nuestra sensibilidad y nuestro criterio para saber cuándo es mejor dejarla de lado y simplemente estar. Porque si hay algo que ni la mejor cámara ni el video más nítido pueden capturar, es la emoción irrepetible de estar completamente conectados con el presente y no fragmentados entre múltiples estímulos.