El 23 de enero del 2015 fue la última noche en vida de uno de los escritores contemporáneos más conocidos de nuestro país, Pedro Lemebel (1952- 2015). Durante esa madrugada, se terminó de apagar una voz que llevaba al menos cuatro años enmudeciendo por un fatídico diagnóstico de cáncer de laringe. La misma voz, única e irrepetible, que habló y luchó por la diferencia de tantas y tantos.
Precursor de un estilo literario que mezcló con éxito el homoerotismo de las poblaciones con el activismo político de izquierda, la incansable lucha por la memoria de quienes fueron desaparecidos por pensar distinto y también el encanto de un cotidiano marcado por los márgenes de quienes habitan la ciudad latinoamericana sin encajar en sus normas.
Con ocho libros de crónicas recopiladas en vida, dos más de forma póstuma, una novela best seller internacional, junto a varias antologías, entrevistas, otros textos académicos y un buen número de películas sobre él o basadas en su obra, Lemebel es sin duda uno de los autores más importantes de Chile.
Su pluma irreverente y desafiante ha suscitado interés en autores y autoras de todo el mundo, editores, políticos, Universidades y algunos premios literarios que llegaron a sus manos antes de ser enterrado junto a su madre Kika en el Cementerio Metropolitano. En dicha lápida, hoy puede leer una de sus últimas voluntades: “Aquí me quedaré para siempre, atado a tus despojos, mamá”.
A una década de su partida, la importancia de su obra y de sí mismo como personaje de la cultura (y contracultura) popular sólo parece multiplicarse. Como cuando durante el estallido social en 2019, su imagen en las calles devino símbolo de protesta y demandas históricas de la comunidad LGBTIQ+, o el reciente interés por la performatividad sonora en las lecturas radiales de sus propias crónicas.
En el marco de este aniversario, se han publicado varios escritos en torno a su figura. Por ejemplo, el libro “Lemebel sin Lemebel. Postales amorosas de una ciudad sin ti” (2024), del académico de la Universidad de Chile, Juan Pablo Sutherland; como también el artículo “El legado literario y cultural de Pedro Lemebel a 10 años de su muerte”, de la periodista Francisca Palma, en donde varios expertos entregan su opinión sobre el artista.
Siguiendo los rastros del icónico autor fallecido a los 62 años, Jovana Skarmeta y Marcelo Simonetti publicaron este año la biografía “Tu voz existe. Vida de Pedro Lemebel” (2025). Allí exploran su íntima relación con el cantante de Los Prisioneros, Claudio Narea; su infancia en el Zanjón de la Aguada junto a sus padres; y su rol como ayudista del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, desde donde se inspiró para escribir la famosa novela “Tengo miedo torero”.
Además, esta semana se lanza “Las viudas odiosas de Lemebel”, libro editado por Victor Hugo Robles, que reúne fotografías y textos de diferentes artistas, periodistas y gestores culturales cercanos a Lemebel, que abordan su trayectoria e impacto. Y también se han escrito interesantes artículos sobre episodios no tan bullados de su vida, como uno sobre su última perfomance, “La Frida envejecida”, en Revista Santiago, y otro acerca de su desconocido viaje a La Habana en 2006, del que nunca escribió, en Revista Efecto.
Con tanto que seguir contando sobre Lemebel, y en medio de una pugna familiar que no permite la edición de su propia obra, cabe mencionar uno de sus más importantes legados: la presencia de una loca fuerte en el imaginario colectivo. Un personaje que se hizo valer por su talento y se impuso ante la rigidez de formas de ser hombre, artista, activista e incluso ciudadano.
Como dijo en su “Manifiesto (Hablo por mi diferencia)”, 1986: “No es por mí. Yo estoy viejo. Y su utopía es para las generaciones futuras. Hay tantos niños que van a nacer. Con una alita rota. Y yo quiero que vuelen, compañero”.