Las elecciones presidenciales abren la temporada de campañas con un nuevo actor en pantalla: la inteligencia artificial. Marco Enríquez-Ominami apostó por la polémica al generar, con IA, imágenes de sus contrincantes vestidos de militares o a bordo de tanques, evocando la sombra del golpe de Estado. Así también lo hizo Franco Parisi, quien se presentó inaugurando insólitas obras como los “barcos-cárcel”. Los cuestionamientos éticos saltan a la vista y van desde el uso de la imagen de terceros sin consentimiento, hasta la creación de escenas engañosas o deep fakes. Pero la pregunta que queremos plantear es otra: ¿qué tipo de imaginación política nos propone el uso de estas nuevas tecnologías?
La incomodidad que producen estas representaciones responde a lo que se conoce como el “valle inquietante” (uncanny valley), concepto acuñado por el ingeniero japonés Masahiro Mori. El término, proveniente de la robótica, sostiene que cuando las réplicas se asemejan demasiado a un ser humano real, provocan en el espectador una reacción de rechazo. Rostros y manos ligeramente deformes o miradas que no parpadean… En este caso, es el extrañamiento de ver nuestras figuras públicas simuladas por la inteligencia artificial.
La artista y teórica alemana Hito Steyerl, en su reciente libro «Medios calientes. Las imágenes en la era del calor» (2025), emplea un lenguaje termodinámico para analizar las fuerzas tecnológicas que “aceleran la temperatura” tanto a nivel social como a nivel ambiental, pues los servidores que sostienen la IA contribuyen al calentamiento global. Vivimos, dice Steyerl, en un entorno “sobrecalentado”.
Steyerl, quien se dedicó a experimentar tempranamente con esta tecnología dentro del mundo del arte, advierte que lo realmente preocupante es cómo cualquier contenido en internet puede ser absorbido por los sistemas de entrenamiento sin permiso de sus autores. Esta lógica extractiva, señala, termina generando una homogeneización de las imágenes. “Si uno simplemente captura ‘todo’, plantea, “se elimina la posibilidad de capturar algo que aún no se conoce”.
Viajemos un poco al pasado, al plebiscito de 1988, cuya campaña del NO, con sus colores, cantos y símbolos, demostró el poder de la creatividad colectiva para transformar la sociedad. Aquellas imágenes surgieron de la necesidad de imaginar otro país y repercuten hasta hoy como una patente demostración del poder que la creatividad tiene para incidir en las transformaciones políticas. Ahora proyectemos, ¿cómo serán las campañas políticas del futuro si continúa expandiéndose el uso de estas herramientas?
Esta conversación interpela también a quienes trabajan las artes y la cultura: artistas, fotógrafas y fotógrafos, diseñadoras y diseñadores, cineastas e intérpretes, entre otros, cuyos oficios comienzan a ser absorbidos por la automatización. Tal vez, como advierte Steyerl, estemos viviendo un «estancamiento cultural» que al mismo tiempo es un estancamiento de ideas. Si la inteligencia artificial solo reproduce lo que ya conoce, ¿dónde queda la invención? ¿Qué puede aportar el arte con su error, su desvío y su mirada singular?
A solo unas semanas de una nueva elección presidencial, cabe recordar que la verdadera creación, sea artística o política, surge del deseo de imaginar lo que todavía no existe.