Ana Harcha, dramaturga: «Nuestras vidas no son eventos que se organicen solamente en relación a fondos concursables»
En medio de la actual pandemia que atraviesa Chile y el mundo debido al coronavirus, situación que ha llevado a establecer medidas de aislamiento social y de cuidado sanitario prolongadas, la dramaturga y académica Ana Harcha comparte su visión en torno a la incertidumbre y la sostenida precarización en que viven trabajadoras, trabajadores y personas vinculadas a las artes y la cultura, además de insistir en el rol activo y consciente que debiese tener el Estado que -hasta ahora- sigue en una lógica subsidiaria y de consumo.
Ana Harcha Cortés es actriz y doctora en Filología Española, especializada en estudios teatrales. En su trabajo como dramaturga destacan las obras Pérro! (1998), Tango (1998), Lulú (2003), Asado (2004), Pequeñas operaciones domésticas (2007) y Hazme el favor de quemar la casa (2009), además de Kínder (2002), donde comparte los créditos y el premio Altazor (2003) a mejor dramaturgia con Francisca Bernardi. Actualmente se desempeña también como directora de Creación Artística de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile.
-En un contexto como el actual marcado por el aislamiento social y la crisis sanitaria, ¿qué papel están jugando las artes y la cultura en la vida de las personas?
-El arte ha acompañado la existencia humana desde hace miles de años y en ese sentido, mucho más allá de la definición o de la categoría cultural o académica del arte, la necesidad de expresar lo que vivimos a partir de cuestiones que no son del todo elaborables por el lenguaje del pensamiento y de la razón ha sido una práctica existente en toda la experiencia de la cuestión que llamamos ‘lo humano’.
El rol del arte frente a la experiencia de la vida cotidiana tiene que ver también con la posibilidad de imaginar y proponer mundos, desde la activación de modos de percepción que no son excluyentes de los de la ciudad letrada o del pensamiento racional, pero no son lo mismo. Luego, no creo que el arte tenga un trabajo tan directo y concreto que generar en una crisis sanitaria, porque en lo que estamos viviendo se vuelve también evidente la inutilidad de lo que hacemos, porque el arte no es necesariamente útil. Es más útil -y realmente útil– en este momento, el trabajo que están haciendo médicos, científicos, enfermeras, bomberos, etc. Y en línea con esto, asumiendo la inutilidad de lo que hacemos –lo cual también me genera preguntas–, supongo que cuando adquiere algún sentido el ejercicio artístico en este momento es cuando logra abrigar de alguna manera la percepción y la vivencia, intelectual, corporal y espiritual de esta situación.
–En torno al plan de emergencia anunciado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, cuya modalidad de entrega mediante concurso ha generado un amplio rechazo en el sector, ¿cuál es tu impresión?
-Lo que confunde de este tipo de propuestas es que no entiendo la política para la asignación de fondos sin tener antes un debate. Podría ser interesante y ordenaría a nivel operativo la cuestión de priorizar el pago de derechos de autor, por ejemplo, pero también estamos en un contexto y en un país donde todo el tema de derechos de autor está aún muy irregular. ¿Qué pasa con toda la gente que realiza el ejercicio, pero no entra en esos marcos de firma y valoración de las obras? ¿No son artistas? ¿No están haciendo producción? Hay algo ahí que no está resuelto y por eso esperaría que no se actúe de manera asistencialista, desde lógicas caritativas, sino que se intente generar una política con una diversidad de dialogantes del sector, en una discusión que vaya más allá de la generación de un catastro o de una encuesta… (en el caso de los trabajadores de las artes escénicas ni siquiera se sienten representados). Practicar democracia no es sólo hacer consultas. Hay que practicar democracia tratando de conversar un poco más, para apuntar a soluciones que apunten de una manera más transversal a la equidad, desde las diversas condiciones de las partes involucradas.
-Sobre el panorama que viven las trabajadoras y los trabajadores de la cultura y las artes en el país, ¿cuál es el diagnóstico que puedes compartir desde tu experiencia en el ámbito?
-El estado de los trabajadores del arte y la cultura es de una precariedad muy radical –que se comparte con los trabajadores de las humanidades y comunicaciones, en general–, y tiene que ver muy fuertemente con cuál es el espacio de visibilización y legitimidad que da la institución del Estado, la institución universitaria, los gobiernos, las mismas instituciones culturales, al trabajo de los y las artistas. Hay una condición en nuestro trabajo que se puede mantener y entender como una cuestión ligada a una cierta artesanía, a un desarrollo que tiene que ver con un oficio que se hace a lo largo de los años y que muchas veces actúa de manera independiente, en el sentido de ser generado, en el caso de las artes escénicas, desde ciertas compañías, pero esa condición de artesanal, de oficio, de independencia y de grupo, lo que no debería traducirse automáticamente en precariedad. Allí es donde hay un trabajo que hacer, y no es un trabajo que depende solamente de los trabajadores de la cultura, sino que se debe abordar desde otras áreas como el Ministerio del Trabajo, la generación de leyes, el Ministerio de Educación, etc. El artista es también un trabajador, y en ese sentido me parece que el discurso que levanta el Sindicato de Actores y Actrices de Chile (SIDARTE) es muy claro en ese punto, los artistas somos trabajadores y por ende debemos tener responsabilidades, pero también derechos.
Nuestro contexto chileno posdictadura, con la constitución del 80 aún vigente, no reconoce derechos de los y las trabajadoras de la cultura y las artes en general. Eso es grave y hay que cambiarlo. Nuestras vidas no son eventos que se organicen solamente en relación a fondos concursables. Bastó que la máquina parara unos meses para evidenciar y dejar al desnudo lo precario del sistema de trabajo. La constitución del 80 no da para más y la manera en que los trabajadores del arte y la cultura podríamos llegar a aparecer en una nueva carta fundamental, no debe venir solo desde las instituciones gubernamentales o las grandes cúpulas, sino que debe ser desde la experiencia y las propuestas de los cuerpos que ejercen este trabajo. Hay personas que están viviendo momentos muy difíciles, y veo cómo entre trabajadores y trabajadoras organizadas aparece alguna alternativa de apoyo –lo considero bello y tampoco me sorprende; nosotros nos ayudamos en los problemas–, pero es necesario insistir en construir una sociedad con mayor igualdad.
Texto: Nadia Iturriaga, periodista Facultad de Artes
Publicado en El Desconcierto